Cómo fue mi experiencia en la India.

Después de muchos años, el pasado mes de marzo por fin pude cumplir uno de mis sueños: viajar al norte de la India para hacer el curso de profesora de yoga (Yoga Teacher Training) en el lugar en el que nació esta disciplina.

No te voy a engañar, a pesar de las ganas que tenía de vivir esta experiencia, sentía un cierto recelo por el país en sí e incluso algo de miedo por visitarlo sola. Me ponía nerviosa enfrentarme al caos, al ruido, a los olores, a todas esas cosas de las que tanto me habían advertido. Tenía un montón de prejuicios y creía que iba a sentirme abrumada todo el tiempo. No fue así.

Es cierto que es un país ruidoso y que el tráfico es una locura, pero hay algo que te hace sentir que dentro de ese caos hay un cierto orden y hasta cierta armonía. Creo que es porque la gente allí no vive enfadada todo el tiempo. Si hay un atasco, pitan, pero en sus caras no hay estrés ni agresividad. En general son muy amables, muy pacientes y tienen una actitud muy respetuosa.

Mi mentalidad occidental y mi necesidad de tenerlo todo bajo control me hicieron investigar mucho a dónde quería ir. Lo único que tenía claro era la zona en la que quería estar: Rishikesh, la cuna del yoga por excelencia, una ciudad cerca del Himalaya. 

La oferta de escuelas de yoga que hay allí es enorme, así que estuve semanas buscando en internet y leyendo reseñas para decidirme por una. Quería ir a un sitio agradable, limpio, con buenos profesores y, sobre todo, quería ir a un sitio auténtico. Tenía miedo a caer en la típica trampa para turistas

Pero hice bien mis deberes y elegí Rishikesh Yogpeeth, que resultó ser el sitio perfecto. Es un lugar precioso, limpio y cuidado con muchísimo cariño por la gente local que trabaja allí. El centro está en mitad de las montañas, rodeado de un parque natural espectacular y para llegar a él tienes que subir durante 1-2 km por un camino que te da la primera lección de humildad.

El viaje en sí empezó horas antes, ya que primero volé a Delhi (en mi caso desde Madrid vía Doha) y en el aeropuerto cogí un taxi que tardó unas 7 horas. Normalmente serían 5, pero era sábado y había muchísimo tráfico, por lo que tuvimos una buena inmersión en el estilo de vida indio nada más llegar.

Viajé con 2 compañeras del curso que llegaban a la misma hora que yo y el transporte lo reservamos a través de la escuela (muy recomendable contratar los desplazamientos con antelación y sólo a través de empresas fiables). Otra opción habría sido coger otro vuelo de Delhi a Dehradun y desde ahí un taxi de una hora. Lo bueno es que un par de semanas antes del inicio del curso crearon un grupo de whatsapp con todos los alumnos para que pudiésemos coordinar las llegadas y compartir transporte. Más que por el dinero, el hecho de saber que estaría acompañada en ese viaje tan largo me dio mucha tranquilidad.

Elijas la opción que elijas para desplazarte, hay que tener siempre en cuenta que la mentalidad allí no es tan rígida como la nuestra, por lo que puede que tengas que esperar más de la cuenta por el taxi, o que las indicaciones que te den no sean del todo exactas. La paciencia y la capacidad de fluir es una de las lecciones que debes aprender en la India si no quieres desesperarte.

Una vez que llegas a la escuela la energía que sientes alrededor es súper amable y relajada. Todo el mundo parece vivir en un estado de paz y armonía permanente. Y no es fingido, es algo que se percibe por todas partes.

La rutina allí es intensa pero todo fluye de tal forma que los días se pasan volando. De lunes a sábado te levantas a las 5.30, te haces una limpieza de nariz (este hábito lo sigo haciendo cada mañana), haces ejercicios de respiración (pranayama), cantas mantras y haces una práctica de yoga (asana) de una hora y media.

Después viene mi momento favorito del día: el desayuno. No te puedo transmitir lo increíblemente rica que estaba la comida. Seguíamos una dieta yogi, vegetariana, con productos de la zona y cada almuerzo era pura felicidad.

A continuación, teníamos clases de anatomía, filosofía y metodología, después había una pausa para comer y descansar, y por la tarde una práctica de hora y media de asana y una meditación. Al terminar, la cena y a dormir.

Toda esta rutina sucedía en medio de unas vistas espectaculares, todo tipo de animales alrededor, flores, árboles inmensos y cascadas, que hacían que todo pareciese el decorado de una película sobre el paraíso.

Los sábados por la tarde se hacían actividades especiales para conocer la cultura y la forma de vida de la gente de allí (sus celebraciones, sus ritos…) y los domingos son libres. Desde la escuela siempre organizan algún plan en grupo al que te puedes unir, en nuestro caso un día nos llevaron al mercado de Rishikesh y otro día hicimos la celebración de Holi, que festeja la llegada de la primavera de una forma súper alegre y colorida.

Respecto a los profesores, el nivel de conocimiento, vocación y talento que tienen es de otra galaxia. A pesar de que llevo 20 años practicando yoga, allí logré hacer cosas que jamás había pensado y la inspiración y motivación que me transmitieron siguen conmigo y espero que nunca se pierdan.

La sensación de familia que creas con el resto de tus compañeros también es algo único. Gente de todas partes del mundo con la que convives, sufres, ríes e incluso vomitas (si quieres saber por qué, busca kunjal kriya). Los vínculos que se crean son un regalo, y más teniendo en cuenta que hoy en día cada vez resulta más difícil hacer amistades en la vida real.

Me siento una afortunada por haber podido vivir una experiencia así, por haber pasado 21 días dedicándome a cuidar y cultivar mi cuerpo y mi mente en el mejor entorno posible rodeada de gente que me ha hecho sentir segura, apoyada y capaz.

Así que, si estás leyendo esto, te apetece vivir esa experiencia pero te da miedo lanzarte a la aventura, mi consejo es HAZLO. Aunque tu motivación no sea dar clases de yoga, merece muchísimo la pena y es algo que te llevarás contigo de por vida. Si tienes dudas, o quieres más información sobre la escuela, los diferentes programas que hay, el viaje o lo que sea, escríbeme y te echo una mano encantada.

Gracias por leerme ¡Nos vemos en clase!

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